Los Panaderos de Venus




Cansada de perseguir mariposas, la Niña salió del bosque. Ante su mirada se extendían suaves colinas verdes. La brisa primaveral la despeinó y le vinieron deseos de correr. Contempló el aire buscando las alitas multicolores, pero las mariposas no habían salido de la arboleda. El aire estaba vacío y la niña se entristeció. Quería jugar, correr detrás de algo, pero no había nada. Sin embargo aquella alfombra ondulada era tan tentadora, y el viento tan fresco, que igual emprendió una carrera, casi alegre: porque correr es muy lindo, pero correr solo, no.
Ocurrió entonces que los Blancos Cardos de Venus se encontraban contemplando los prados de la Tierra con su Gran Telescopio, y vieron a la Niña correr por las suaves colinas, sola. “No puede ser”, se dijeron. “Esta Niña está triste”. Porque los Ancianos Cardos de Venus ya sabían por ese entonces, que correr solo es un poco triste. Fue cuando se dieron cuenta que el aire de los prados estaba vacío. Entonces decidieron enviar sus nietos a la Tierra.

Así fue como un día de septiembre, en un año muy lejano, embarcó en un puerto de Venus con destino a la Tierra la primera expedición de Panaderos. Era una bandada de pequeños soles, blancos y suaves.  Sus madres los habían peinado con mucha prolijidad y los Abuelos les habían explicado la misión que debían cumplir. Traían por corazón una pequeña semilla azul. Orgullosos por ser portadores de tan lindo mandado, sonrieron al despedirse y cantaron durante toda la excursión canciones llenas de brisa. Una barca de viento los condujo por los Cielos.
Cuando la Niña vio aquella nube de blancas pelusas brillantes, se detuvo y no se asustó ni un poquito. Observó entonces como la Barca de Viento se aquietaba en lo alto, casi sobre su cabeza, y estallaba sin ruido. Era un puñado de papelitos que se dispersaba, volando por todos lados.

Muchos comenzaron a caer a su alrededor, lentamente, como una lluvia de copos de nieve tibia, y quiso recoger uno. Pero era primavera y la brisa soplaba, y cada vez que la punta de sus dedos rozaba la cabellera de un Panadero, este remontaba, travieso. Primero la Niña se sorprendió. Pero después de probar con varios, le causó gracia. Y comenzó a correrlos, y los panaderos danzaban a su alrededor, jugando a la mancha. Eran como pequeños corderitos del aire que brincaban suavemente, formando rondas en torno a la Niña, que ahora corría con toda la alegría al viento, porque ya no se sentía sola.
Los Panaderos que hoy suelen verse las tardes de domingo soleado en primavera, son descendientes de aquellos que un día llegaron de Venus para acompañar a las Niñas que juegan solas. Nacieron de la semilla azul que sus antepasados afincaron en la Tierra, y, según cuenta la Leyenda, cuando Venus brilla en las noches de abril, los cardos susurran el canto de la travesía, y los panaderitos del aire, como niños de túnica en recreo, salen a revolotear por los prados y las veredas.
Mauricio Rosencof

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