II Congreso Iberoamericano de Lengua y Literatura Infantil y Juvenil
Ponencia en Bogotá de Gonzalo Moure Trenor
Ponencia en Bogotá de Gonzalo Moure Trenor
¿En qué pensamos cuando
decimos literatura infantil? Esta idea, de una literatura específica para niñas
y niños, ¿en qué nociones, creencias, saberes nuestros se sustenta?
Cuando nos ponemos a
indagar, a preguntarnos con sinceridad, muchas veces descubrimos que esa bolsa
que podría llevar el rótulo Literatura infantil, es una bolsa
propia, que llenamos con ideas acerca de,
y esas ideas suelen ser muy particulares. Pero si ponemos la mirada en las
coincidencias encontramos que la mayoría de las veces se anteponen los prejuicios que solemos cargar, sobre lo conveniente, lo educativo, sobre las capacidades de niñas y niños, ... ¿esta lectura será acorde para la “etapa evolutiva” en la que se encuentra? Las lecturas “inocuas” ¿realmente lo son, o
terminan siendo un obstáculo en la relación de niñas y niños con los libros? ¿cuál es la concepción de infancia que sostiene nuestros argumentos? Y
ya que estamos en tren de preguntas ¿Será nuestro momento evolutivo para leer esta ponencia? Bromas aparte, el propio autor nos advierte que No es complaciente.
Que el siguiente texto sea su presentación nos pareció una buena idea. Agradecemos a Gonzalo Moure Trenor que comparta su trabajo en nuestra página.
Es decir: somos los
adultos, normalmente muy bien formados, poseedores de valores humanos y humanísticos
firmes, quienes escribimos “para” ellos. Y ese “para” es el pecado original de la LIJ , el que nos hace casi
invisibles a los ojos de buena parte de la sociedad y a los canonizadores de la
literatura. ¿Inevitable? Posiblemente sí, porque en nuestra vida cotidiana
pocas veces somos capaces de dirigirnos a los niños y los jóvenes desde una
posición horizontal, sin intentar enseñar, dar lecciones, guiar. Con la mejor
voluntad, por supuesto. Y si en nuestro trato diario, con palabras que se
borran al instante, lo hacemos así, ¿cómo evitarlo al escribir “para” ellos?
Para decirlo con claridad:
cuando nos quejamos de la invisibilidad de la LIJ , cuando vemos que sistemáticamente es
considerada una literatura de segunda clase, un subgénero, o directamente se
piensa que no es ni siquiera literatura, tenemos que reconocer que hay razones
para ignorarla o marginalizarla.
Dividiría pues en dos
grandes grupos a los escritores de LIJ: los que escriben con más voluntad de
formar y enseñar que de hacer literatura, con textos cargados de tics
moralizantes, y los que hacen lo mismo, pero involuntariamente. Sin duda, las
últimas tres o cuatro décadas han sido muy buenas, y el primer grupo de
escritores abiertamente moralizantes va extinguiéndose. Casi ninguno se atreve
ya a escribir con la intención puramente educativa del siglo XIX. Pero muchos
aún lo hacen con la intención “criptomoralizante” del siglo XXI. Porque han
cambiado las formas, pero no el fondo. Ya no tratamos de infundir al niño miedo
al mundo exterior, ni tratamos de convertirlos en “personitas” educadas. Pero
queriendo o sin querer, tratamos de conformarlos a nuestra manera, o a la
manera que consideramos correcta, como así lo consideraban nuestros “ancestros”
del XIX. Solidarios, tolerantes, no sexistas, positivos, conscientes. Chicos
con sensibilidad y cultura, y chicas feministas Así los queremos, y así son
nuestros héroes de papel. Y si alguna vez escribimos sin conciencia de esas
intenciones, pronto llegan los pedagogos y los mediadores, y se esfuerzan para
encontrar transversalidad en nuestros libros, de manera que no hay uno que
escape a su clasificación por conveniencia y pedagogía. No se pide pues un
libro de tal autor, sino un libro receta para curar la insolidaridad, el
racismo o el sexismo, o libros preventivos contra las drogadicciones, el
machismo, la anorexia o el abuso escolar. El editor lo sabe, y de manera más o
menos disfrazada o más o menos consciente publica libros que tengan esas
“cualidades”, antes de buscar calidades. Y el escritor, que busca
desesperadamente la manera de vivir de lo que escribe, más o menos
conscientemente, se somete a esa tendencia, o más bien a ese dictado. Y la
rueda sigue, y quién sabe ya qué es antes o después.
Voy a defender el caos. El
caos de la creación, lo que creo que es la verdadera literatura.
La clave es lo que ya
sabemos, y lo que aún no sabemos. Sirve para hablar de la educación. La
enseñanza es eso: enseñar lo que ya sabemos. Y si enseñamos lo que ya sabemos
conseguimos clones de nosotros mismos. La anécdota favorita de Samuel Beckett
era aquella del sastre que recibía una queja furibunda por haber tardado meses
en hacer unos pantalones, cuando Dios había creado el mundo en siete días tan
solo. Y el sastre le replicaba al cliente: “Sí, pero mire el mundo… y mire mis
pantalones.” Y si ese principio, enseñar a saber lo que aún no sabemos, debería
servir para la educación, aún más debería de ser el principio de la literatura:
los pantalones frente al mundo, es decir, la recreación de la vida frente a la vida
misma.
Porque la verdadera
literatura es el caos, y no responde a nada ni a nadie. El caos no es la
creación, sino la recreación. Nadie crea de la nada, sino que tomando de aquí y
de allá, tomando la conciencia humana como alma del relato, recrea el mundo, y
entonces ya no importa si el resultado es correcto o incorrecto, si enseña o
subvierte, o si solo divierte, asusta o entretiene. El hilo estaba, la tela
estaba, las tijeras estaban, pero las manos del sastre hicieron unos pantalones
nuevos: y mire mis pantalones.
En la literatura que nace
del caos está la semilla de lo nuevo, mientras que en la literatura nacida del
orden establecido, de lo que se cree correcto o conveniente está la semilla del
conformismo. La literatura Infantil y Juvenil seguirá siendo un subgénero
marginalizado y minusvalorado mientras en su inmensa mayoría mantenga las
riendas de la corrección y la conveniencia, la transversalidad y el subsidio a
la enseñanza. Lo seguirá siendo mientras mantenga la vigencia de tabúes, sean
cuales sean, aunque resulte fácil decir por ejemplo el sexo o la religión. Y lo
será para siempre si no se desprende del maniqueísmo imperante, la división del
mundo entre buenos y malos que es la base de la justificación de todas las
guerras, económicas o religiosas. El mundo de los orcos inmundos y los hobbits
angelicales es el mundo que quieren hacernos aceptar los poderosos, los señores
de la guerra de uno y otro lado. ¿Alguien duda de que “El señor de los anillos”
es una obra maestra? Lo es, sin duda, pero quienes repetimos la fórmula una y
otra vez, hasta la náusea, le estamos diciendo al niño y al adolescente que el
mundo es así, y que lo que hemos hecho así es mejor que cualquier pantalón
nuevo. Y no es verdad. La imaginación no es lo mismo que la fantasía. No basta
con crear un mundo fantástico y exótico si lo que estamos describiendo por
debajo de las formas es lo mismo de siempre, el mundo polarizado, el héroe
frente al mal, el hombre frente a la naturaleza personalizada en el dragón. No
tengo ni pretendo tener ninguna fórmula, porque creo que no la hay, salvo la
fórmula sin fórmulas, sin objetivos ni intenciones: el caos creativo. Ni un
modelo, ni un ejemplo, ni un principio ni un final: sin lectores siquiera, sin
pautas. Nunca he creído que Kafka quisiera hacer ninguna parábola con “La
metamorfosis”, ni tampoco que con el Michael Fury del relato “Los muertos”,
helándose de frío hasta morir por amor, James Joyce quisiera enseñarnos nada.
Pero de esa tormenta que ambos despiertan en nuestra mente/corazón nace un
estado superior, creativo, altamente inflamable: la posibilidad de otro mundo.
Simplemente paralelo, o posiblemente superior.
No, no creo que la LIJ tenga ninguna obligación
distinta a la de cualquier otro género. Ni reflejar la realidad ni la irrealidad.
Debe ser buena literatura, o al menos debe intentarlo. Mostrando respeto hacia
los lectores, sean niños o adultos. Siempre que reflexiono sobre este tema me
viene a la cabeza el poema de Frederick frente a sus laboriosos hermanos,
“¿Quién hace brotar en junio la cuarta hoja de trébol?”. Lionni pulveriza todas
las convenciones educativas de La
Cigarra y la
Hormiga , y tampoco enseña nada. “Tú eres un poeta,
Frederick”. Y él se sonroja un poco y dice: “Ya lo sé”. Y solo le falta añadir:
¿Y qué?
Eso es literatura. La poesía inútil de Frederick
frente a los granos nutricios de sus hermanos, Frederick frente a la hormiga,
los pantalones de Beckett frente al mundo. El día que podamos decir que
Gonzalo Moure Trenor
Bogotá - CILELIJ - 2013
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