La casa de los conejos

El título que da nombre a esta entrada es el de la novela de Laura Alcoba. Laura era pequeña en los '70 cuando la violencia de la dictadura irrumpió en la cotidianidad de nuestro país, trastocándolo todo; ensombreciendo su vida, obligándola a incorporar palabras y pensamientos que parecían venidos de otro mundo; temores y angustias que resultaban tan extraños a su luminosa existencia infantil.
En el inicio de La casa de los conejos nos cuenta de sus cavilaciones acerca del momento de ponerse a escribir, desde su mirada de niña, la experiencia en el seno de una familia perteneciente a Montoneros:
"Había llegado a creer que lo mejor sería esperar a hacerme vieja, y aun muy vieja. La idea me resulta extraña ahora, pero durante largo tiempo estuve convencida.Debía esperar a quedarme sola, o casi.Esperar a que los pocos sobrevivientes ya no fueran de este mundo o esperar más todavía para atreverme a evocar ese breve retazo de infancia argentina sin temor a sus miradas, y de cierta incomprensión que creía inevitable. Temía que me dijeran: "¿Qué ganás removiendo todo aquello?". Y me abrumaba la sola perspectiva de tener que explicar. La única salida era dejar hacer al tiempo, alcanzar ese sitio de soledad y liberación que, así lo imagino, es la vejez. Eso pensaba yo, exactamente.Y luego, un día, ya no pude tolerar la idea. De pronto, ya no quise esperar a estar sola, ni a ser tan vieja. Como si no me quedara tiempo"
Entre nosotr@s, habitantes de este territorio hermoso y controvertido, habemos  quienes transitamos nuestra infancia durante la dictadura y quienes nacieron después, y aun mucho después. Esto hace que percibamos de diferentes maneras, más próximos y más implicados, o con mayor distancia y hasta con indiferencia, la violencia de Estado durante esos años terribles. Lo que nos une y nos aproxima es que tod@s necesariamente fuimos niñas y niños, y esto nos da una dimensión de la vulnerabilidad, el desasosiego y la incertidumbre que les ha tocado vivir a quienes transitaron su infancia de la mano, presente o ausente, de quienes creyeron que un mundo más justo es posible.

"Pero mi caso, claro, es totalmente diferente. Yo ya soy grande, tengo siete años pero todo el mundo dice que hablo y razono como una persona mayor. Los hace reír que sepa el nombre de Firmenich, el jefe de los Montoneros, incluso la letra de la marcha de la Juventud peronista, de memoria. A mí ya me explicaron todo. Yo he comprendido y voy a obedecer.
No voy a decir nada. Ni aunque vengan también a casa y me hagan daño. Ni aunque me retuerzan el brazo o me quemen con la plancha. Ni aunque me claven clavitos en las rodillas. Yo, yo he comprendido hasta que punto callar es importante."




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