Corrécticamente Genérico


Literatura Infantil y perspectiva de género.


por Claudio Barrientos,
Biblioteca Libe N. de Larrazábal

"Leer es también un acto de arrojo, es como abrirse al mundo y sentirse en libertad de desechar materiales. Es un ir buscando las palabras de otro para encontrarse a uno mismo. (...) Respondiendo  aquella pregunta que nos hacíamos cuando yo estudiaba, en los setenta, de “¿Para qué sirve la literatura?”: bueno, para conocernos a nosotros mismos. Para conocer nuestra condición humana un poquito más”

María Teresa Andruetto

Porque te quiero te aporreo

Los cuentos dedicados a lxs niñxs han sido utilizados por muchxs adultxs, -podemos luego tomarnos un tiempo para pensar en los diversos modos y las motivaciones- para educar, moralizar, someter a una adultocracia fluctuante y en construcción permanente. Podemos observar a través de la historia de la humanidad cómo cuentos, fábulas y relatos han servido, además de deleitarnos estéticamente, como forma de control, de adoctrinamiento sobre el bien y el mal, lo sagrado y lo profano, lo correcto, lo socialmente repudiable. Los relatos surgen de la experiencia vital, de las necesidades, de las memorias colectivas con las que, en todo caso, dialoga la creatividad individual en una retroalimentación. De ese gran río de la memoria, la fantasía y la palabra, somos parte. En las orillas, en los remansos de lo cotidiano, el agua es la misma que en el centro, donde la corriente parece volverse peligrosa.
Mi abuela materna había escuchado muchos relatos en los interminables inviernos de la meseta patagónica, en el campo, en Río Chico. Creció escuchando las historias de la tradición oral, siempre dispuestas a los cambios, a las mañas de quien las cuenta. También escuchó atentamente, de boca de su abuelo, historias que viajaban en libros, que pasaban de mano en mano. Historias que a la luz del fuego, en el espacio más caliente de la casa asediada por el viento y la oscuridad, se hacían propias. Y eran contadas sin vergüenza y con toda impunidad en primera persona. Por suerte su abuelo era más bien un amante de la literatura, y no tenía vara para medir la conveniencia de tal o cual relato según las edades infantiles. Mi abuela tampoco aprendió a auto limitarse a la hora de reproducir y condimentar las historias con las que crecí. Recién de grande me di cuenta -pero nunca se lo reproché a nadie-, que la historia de ese hombre decapitado, que aparecía en la aldea de mi bisabuelo en busca de víctimas, y de la que casi toda la familia se había salvado, en realidad era el personaje de un libro escrito por Washington Irwing, que se llamó La leyenda de Sleepy Hollow. Tampoco había sido el tío de mi bisabuelo quien vivió en alta mar, navegando tras los rastros de una gigantesca ballena blanca. Ni la rubia del cementerio fue novia de mi tío Roberto, ni pariente alguno ocupó el puesto de jefe de máquinas del Nautilus.

Fantasía y memoria ¿adónde está el límite?

En un cuento de Ángeles Mastretta la narradora dice “dicen que recordar es mentir, será por mentirosa que yo tengo tan buena memoria”. El límite puede estar más o menos difuso, y ese no debiera ser un problema. Salvo para las percepciones muy estructuradas, capaces de censurar aduciendo “extremada fantasía”. Lo que sí estamos pensando y no es nuevo, pero se va reconfigurando todo el tiempo, es sobre la pedagogización de la literatura infantil y juvenil; es muy poderosa la fuerza de la imagen, de lo que va decantando y quedando incorporado, o sea hecho cuerpo. “Siempre leí libros que me dejaron algo”, podría decir el epitafio de algún militante de la moraleja, muerto de aburrimiento crónico. Entre la literatura y lxs niñxs pasan muchas cosas, es un campo político en el que se disputan sentido y poder las instituciones hegemónicas -podemos incluirnos, mirarnos un poco-, y en el que el mercado juega un rol fundamental. Allí donde la escuela no ayuda a construir sentido, el mercado tiene muchas herramientas, tiempo y dinero a disposición para orientarnos en el consumo, generarnos una insatisfacción permanente, prometernos lo que nos está haciendo falta. Todo en incómodas cuotas que nunca terminaremos de pagar.
La literatura debe ser inútil, dice, radicalmente poética, María Teresa Andruetto. Eso no quiere decir ingenua, ni liviana, mucho menos inocua. En esa inutilidad radica la fuerza, la capacidad de tocarnos con sutileza, como lo hace la música, aquella que necesitamos volver a escuchar. Pero más allá de las intenciones conscientes que pueda tener cada autor/a/e, siempre va a estar ubicadx en un paradigma, con una concepción de infancia, en la que la dimensión simbólica tomará cierta densidad, resonará o no con determinados estereotipos.
Cuando pensamos en la relación literatura infantil y género, debo aclarar, género en el sentido feminista, como categoría de análisis; como lo define Eleonor Faur:
“Utilizo el concepto de género no como un latiguillo tecnocrático- que describiría “roles” o estereotipos- sino para referirme a una categoría analítica que permite dar cuenta de relaciones sociales, potenciadas por un sistema institucional que –por acción u omisión- naturaliza, define y legitima relaciones de poder basadas en diferencias sexo-genéricas (Scott, 2000). De tal manera, el concepto abarca –al mismo tiempo- la esfera individual, la dimensión simbólica (el significado que una cultura le otorga a los cuerpos sexuados) y la esfera social e institucional que establece jerarquías. Lo utilizo, diría, desde una perspectiva feminista.“ (Faur:2020)
No resulta difícil entonces, a partir de esta categoría, pensar en ejemplos de cuentos en los que el machismo y el patriarcado fortalecen normas y normalidades con las que también se intoxica el sentido común. La concepción binaria de la vida, que enseña a percibir y clasificar en categorías duales y supuestamente complementarias, mujer/varón, bueno/malo, normal/anormal, sano/enfermo, limita, reduce y arrasa con la diversidad cortando los pies de quien fuera, cuando sobresalen más allá de las mantas.
Me encantan las citas y acompañarme con otres, afines a la defensa de la frontera indómita. Les pido me acompañen a preguntarnos, junto con Laura Escudero “¿Qué poesía le habla a la infancia? ¿Con qué procedimientos poéticos las voces que le hablan a la infancia cuestionan los discursos tradicionales de control y autoridad?” y démosle una vuelta más al planteo, agregando ¿con qué procedimientos cuestionan o reproducen el discurso normalizador de la heteronormatividad? Y pensemos en todos los ámbitos en los que crecemos y crecen nuestres niñes. 
Para seguir en esa tónica, ahora me acompaño por Paul Preciado y, juntas, afirmamos que nuestras infancias transcurren en instituciones y en contextos tremendamente heteronormativos, y es en esos contextos donde vamos desarrollando nuestras subjetividades, construyendo nuestras identidades. En esos contextos en los que aprendemos a escribir y a leer, “se aprende también la diferencia sexual, racial y de clase. El colegio que debería ser una utopía es una gran máquina de normalización.” (Preciado:2014) Pero podemos desviarnos hacia la utopía, repensarnos en nuestro rol de “mediadorxs” de lectura y ver si podemos incluir las disidencias entre tanto modelo heteronormativo. En mi trabajo El Maldito Mejillón. Literatura, géneros e infancia (2019) me esfuerzo por dejar en claro que, lejos de censurar propuestas, o títulos por ser heteronormativos, me interesa sumar otros libros y autorxs con criterios diversos. No bajar línea disidente a través de la literatura, la literatura debe conservarse inútil, pero sí atender a los estereotipos y al hegemónico sentido común. Me posiciono una vez más junto a Teresa Andruetto para afirmar que los debates sociales, la pobreza, las violencias, las exclusiones son temas de la literatura, con la condición –dice Teresa-, “de que haya en su tratamiento una intensa mirada singular sobre una circunstancia y una subjetividad también singulares porque la literatura, para ser útil (debe conservarse inútil) (Barrientos:2019).
Pensemos con un libro como ejemplo. EL libro de los cerdos, de Anthony Brown. Maravilloso libro-álbum que disfruto, comparto y seguiré compartiendo, ¿lo conocen? Para quien no lo conozca se trata de una familia típica, y cuando digo típica ya el sentido común completa: blancos, clase media, cuatro integrantes, mamá, papá -pareja heterosexual-, y dos hijxs. Las tareas domésticas recaen, naturalmente, en la madre y solo en la madre porque lxs hijxs son dos varones, si hubiera una hija seguramente la trama la sorprendería, al menos, poniendo la mesa (excesiva fantasía, je je). Cansada de lidiar con esas tareas la madre se va. Abandona a los tres muchachos que poco a poco, sin nadie que limpie ni los controle, se van transformando en cerdos. Perdón por el spoiler pero es necesario. La madre un día vuelve y ellos, conmovidos y habiendo aprendido la lección, se reparten las tareas del hogar. Esa es la familia normalizada, la que abunda y por momentos oprime, como todo estereotipo, la que se impone como ideal productor y reproductor del sistema patriarcal y capitalista. Si miramos y escuchamos con atención, vamos a encontrar que la literatura infantil está plagada de estereotipos, de mandatos, de rigidez y de una normalidad que, a estas alturas, se ha vuelto rancia y contradictoria con los discursos de libertad y de igualdad a los que nos acostumbró la retórica escolar.
Acá les dejo el video con el cuento del que venimos hablando. 





Personajes detestables de hoy y de siempre

Organicé un juego entre amigues de la biblioteca, que consiste en contarnos cuáles son los personajes que nos resultaron o resultan más detestables en la literatura infantil y juvenil. Los compartimos en esta nota, y les invitamos a escucharlos y ver cuáles fueron lxs elegidxs. Y las explicaciones de por qué resultan detestables. Muchxs de esxs personajxs, (qué tal personajas?, la podemos incorporar) encarnan los estereotipos que peor le hacen a la libertad y a la equidad.
Les invitamos a escuchar y pensar en las experiencias propias. Acá los audios:



En los ejemplos que escuchamos de personajes detestables, y en los que se nos puedan ocurrir, sería un buen ejercicio ponernos a pensar qué concepciones de familia, de género, de equidad sostienen estos relatos, qué estereotipos se nos hacen evidentes, cuáles necesitan de una observación más aguda. Tal vez resulte interesante armarnos de algunas preguntas, algunos tópicos que podríamos observar en los cuentos que elegimos para compartir, para que esa elección tenga una mirada crítica, política sobre lo que estamos ofreciendo. Como quien, pudiendo zafar con una sopa instantánea, se ocupa de elegir las verduras, combinar los sabores y condimentar. Hasta pensar en el postre que podría acompañar una sopa tan sabrosa.
Es necesario, entonces, revisar las concepciones de infancia, de arte en general y de literatura en particular; y la concepción de familia que tenemos por defecto, a ver con qué nos encontramos. Para eso, y porque sabemos que es parte de la bibliografía que se utiliza en la formación docente cuando se aborda el tema “familia”, tema complejo y atravesado por tensiones que se renuevan constantemente, les dejamos el libro en formato digital: Pan y afectos. La transformación de las familias, de Elizabeth “Shevy” Jelin. Hay varias ediciones de este libro fundamental de Fondo de Cultura Económica, la primera es de 1998. La edición que compartimos con ustedes es la última, de 2010,  revisada y aumentada.



BIBLIOGRAFÍA
BARRIENTOS, Claudio. (2019/20) El Maldito Mejillón. Literatura, géneros e infancia. Para el VII Simposio de LIJ del Mercosur 2020 –suspendido-, sin publicar.
FAUR, Eleonor. (2020) La educación sexual integral: de la moralidad a los hechos. Material de cátedra: Curso Repensar los feminismos, IDES. Recuperado de: https://virtual.ides.org.ar/mod/book/tool/print/index.php?id=1524
JELIN, Elizabeth. (2010) Pan y afectos. Las transformaciones de la familia. Fondo de Cultura Económica
PRECIADO, B. P. (2014) Las subjetividades como ficciones políticas. Cartagena. (archivo de video) Recuperado de: https://www.youtube.com/watch?v=R4GnRZ7_-w4&t=1591s

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